lunes, 14 de junio de 2010

Nueva política de segregación y discriminación en educación

Eugenio Rodríguez Fuenzalida


Pareciera que se instala, otra vez en Chile, una política educativa que separa a los “buenos de los malos”, a los “excelentes de los no excelentes”, a los “rojos de los verdes y también a los amarillos”.

Y todo ello, en pro de una mejoría de los resultados que los estudiantes obtengan en futuras pruebas como el SIMCE.

Deseo hacer notar algunos aspectos.

En primer lugar, el lenguaje discriminatorio, el cual no es nuevo: ya en tiempos de la dictadura escuchamos algo similar. Se trata de un lenguaje que rotula y persigue tanto a unos como a los otros, crea miedos; marca a las instituciones; crea límites y distancias. Genera un apartheid respecto de los niños y niñas, así como de los profesores y profesoras, y de las escuelas.

Probablemente el apartheid seguirá siéndolo si no hay otras políticas más inteligentes.

Sin embargo, los niños y niñas son estudiantes, no son buenos ni malos, son estudiantes. Los profesores y profesoras trabajan en las condiciones existentes, que nadie estudia en serio; por su parte, las escuelas tienen identidades distintas, porque los niños y niñas son diferentes, así como sus padres y madres, familias heterogéneas en su estructura junto a condiciones distintas en que esas familias viven y sobreviven. Situación, esta última, que emergió con mucho dramatismo, luego del terremoto.

En segundo lugar, nadie puede decir cuáles son las potencialidades de los niños y niñas que estudian. Tal vez, se sabe que frente a algunos parámetros existen respuestas disímiles. Probablemente, a futuro serán las mismas. Pero nadie sabe ni puede señalar qué son capaces de decir y hacer los niños y niñas, los y las jóvenes.

Pareciera que la repetición una y otra vez, desde el año 1984, de estas mediciones no hace sino evidenciar una sensación de fracaso, de una educación no lograda.

Esto es falso.

Trabajé en un proyecto de investigación con 44 escuelas rurales de la IX Región, durante cuatro años, y la mayor parte de ellas avanzaron muchísimo en el dominio de conocimientos superiores, actuaciones, interacciones, ejecución de proyectos, integración familia escuela, manejo de nuevas tecnologías, lo cual probablemente no se refleja en el “poderoso” promedio de esas mediciones.

Qué significa rojo, amarillo y verde.

Son los símbolos de un apartheid, que lleva a una subjetividad de mayor sujeción, desprotección, fracaso, desprecio. No es un camino que incremente la valoración de sí mismo.

Me comentaba una profesora, quien trabaja con niños y niñas que tienen dificultades, que uno de ellos le decía: ¿somos nosotros los que provocamos que la educación esté mal? Así se lee lo que se publicita.

En este contexto, la pregunta sobre qué saben y realizan los niños y niñas tiene sentido, porque se trata de buscar el potencial que ellos poseen y encontrar las mejores formas de desarrollarlo, con respeto a la heterogeneidad y con una disposición de colaboración, sistemática, disciplinada. No existe una receta.

Hay muchos caminos para realizar una mejoría del desarrollo educativo, del crecimiento de los niños y niñas; así lo muestran varios países, pero se eligió una política poco inteligente, más publicitaria que efectiva.

No es necesario tener muchas luces para señalar que las escuelas orientarán su actividad educativa hacia un mejor resultado en esas pruebas. Cada vez se reduce más la actuación educativa. La educación se separa cada vez más de los sujetos, de la sociedad, para responder a demandas abstractas, extranjeras.

También me ha llamado la atención, en este conjunto de medidas de política educativa, la creación de cincuenta liceos de excelencia.

Esto significa que habrá cincuenta liceos supuestamente excelentes y el resto serán liceos corrientes, sin esta rotulación de excelencia. ¿Cómo se perciben los y las jóvenes en este marco de excelencia y no excelencia?, ¿Colabora a un mejor crecimiento de esos sujetos, de su identidad, de la percepción de sí y de los otros?, ¿Qué perciben esas familias?

Este anuncio de liceos de excelencia me recordó las políticas educativas de la colonia: educación para unos pocos, educar para una elite; el resto de la población debe seguir en lo que están.

Me pregunto: un Estado democrático puede proponer una política en la que, con los recursos de todos, se creen estos liceos para una pequeña elite. Esta política contiene una profunda discriminación hacia los jóvenes chilenos. Son liceos discriminantes. Además, no están insertos en un plan de expansión donde todos los liceos lleguen a ser excelentes.

Pero: ¿Qué es un liceo de excelencia? ¿Cómo se instalan, en esta “excelencia”, los sujetos, los y las jóvenes con sus diversidades? Todavía no sabemos mucho cuál es el contenido de esta política de excelencia. ¿Es una excelencia de homogeneidades o de diversidades?

Espero que la excelencia signifique que estos liceos ofrecerán distintos caminos de desarrollo de los y las jóvenes de acuerdo con sus identidades, potencialidades; liceos con complejidad que configuren los caminos de la educación con la participación de todos y con diversidad, liceos donde se eduquen sujetos. Liceos que impulsen a otros liceos en una cadena expansiva.

Hasta el momento, parece que se trata más de una publicidad asociada al Bicentenario, pensando que esto quedará para la posteridad; también podría quedar para la posteridad como un nuevo fracaso, porque desaparecen los sujetos, los y las jóvenes.